A un eterno nihilista, consumado
detractor de la vida sin sentido,
que avanza por la suya hacia el olvido
con la inercia feroz que lo ha asfixiado.
Peregrino en un mundo indiferente
donde los días solo suman horas,
solapándose ocasos con auroras,
y soledades aun entre la gente.
Mientras lo engulle, lenta, la rutina,
se pregunta el por qué y el para qué
y, a veces, mientras toma su café
en aquel bar de siempre, el de la esquina,
anhela que no exista el precipicio
y se haya conjurado el maleficio.
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