Odio mi corrector. Esa manía
de cambiar las palabras a su antojo,
es causa de vergüenza y de sonrojo
y digo lo que yo nunca diría.
Quiere acabar conmigo, qué ironía,
me desata los nervios y me enojo
en lugar de parar y echar un ojo,
pues sé que con paciencia bastaría.
Pero la prisa descontrola el tacto,
─compulsiva y ansiosa en mi tecleo─
apenas sin mirar, doy en el acto
la orden de enviar, y no lo leo.
Quizás mi corrector se ha sublevado
y en vez de corregir me la ha jurado.
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