30.3.25

EL CORRECTOR



 Odio mi corrector. Esa manía

de cambiar las palabras a su antojo,

es causa de vergüenza y de sonrojo

y digo lo que yo nunca diría.


Quiere acabar conmigo, qué ironía,

me desata los nervios y me enojo

en lugar de parar y echar un ojo,

pues sé que con paciencia bastaría.


Pero la prisa descontrola el tacto,

─compulsiva y ansiosa en mi tecleo─

apenas sin mirar, doy en el acto

la orden de enviar, y no lo leo.


Quizás mi corrector se ha sublevado

y en vez de corregir me la ha jurado.


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