Un día, recorriendo el Albaicín,
al paso me salió una gitana
con rasgos muy marcados, una anciana,
que me dijo, con tono cantarín:
Enséñame la mano, querubín,
te diré el porvenir de buena gana,
se ve claro que en fecha muy cercana
un hombre te dará su amor sin fin.
Y mi padre, acercándose al instante,
replicó al oír a la calé
de manera concisa y fulminante:
Tranquila quede usted, pues le diré
que ese hombre lo tiene aquí delante:
Su padre soy y siempre la querré.
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