De mañana levanta adormecida
como una caracola que, en la arena,
mezclara su sonido con la pena
de no ser por las olas ya mecida.
No comprende el sentido de esa vida
que arrugó sin piedad su faz morena;
infeliz, sometida a su condena,
olvidada del mundo y consumida.
Enredada en su propio desaliento,
desterrados los sueños imposibles,
musita sus plegarias en voz baja;
quisiera, galopando sobre el viento
a lomos de unicornios invisibles,
escapar del temor que la amortaja.
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