Al eximio y mirífico poeta,
cantor de los arpegios más sonoros,
envidia de plumajes tan canoros
con armónicos brillos en sus vetas.
Sorprendente rapsoda que me inquieta
como escaldo febril, rico en tesoros,
que desgrana solícito sus oros
al oído feliz que lo interpreta.
Suplico de tu venia los indultos
si arrobados, mis pérfidos e incultos
sentidos, de ellos su deleite gozan.
Poseyendo seráficos acentos,
mi alma, regodeada al ver portentos,
crece y mis dedos ya los cielos rozan.
mi alma, regodeada al ver portentos,
crece y mis dedos ya los cielos rozan.
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