La madre de doña Eulalia
era gris y circunspecta,
mas siempre andaba perfecta
desde el moño a la sandalia.
Y la abuela, doña Amalia,
aunque era de edad provecta,
caminaba erguida y recta,
como su hermana Natalia.
Las tres pulcras y esmeradas,
de elegante sobriedad
y virtudes indudables,
mujeres encorsetadas,
viviendo en la austeridad
de sus vidas impecables.
Deplorables
esclavas de la apariencia,
siervas de la conveniencia.